¡A trabajar!
Al día siguiente, domingo, todos volvieron a irse, excepto el otro compañero en esta ocasión, Mike. Decidí quedarme en la finca tranquilamente editando el Vlog que os acabo de enseñar.
Y llegó el lunes. Primer día de trabajo como workawayer. Comenzamos haciendo una clase de yoga, y después desayunamos en una mesa en el jardín. Entonces, Elise, la dueña y jefa de la finca, nos dijo en qué podíamos trabajar aquel día. Más tarde me iría dando cuenta de que esta rutina (yoga, desayuno, trabajo) se repetiría siempre, mas las tareas irían cambiando acorde a las necesidades. Ese día me tocó cabar a pico y pala, literalmente, para comenzar a hacer un huerto. Por supuesto, era sólo el comienzo, y esa tarea se iría continuando día tras día, poco a poco, así que “sólo” fueron una o dos horas. Después estuve tratando de limpiar las manchas de cemento y pintura del suelo, lo cuál no era tan agotador físicamente, pero también tenía cierta dificultad.
Como digo, a lo largo de la semana las tareas fueron variando a medida que se iban concluyendo. Algunas fueron más desesperantes (como quitar la pintura seca de una pared), y otras (como pintar), más placenteras.
Independientemente de los distintos trabajos, también ayudábamos por turnos en las tareas domésticas, es decir, cocinar, fregar los platos y tirar la basura, principalmente. Por tanto, el tiempo de trabajo alcanzaba normalmente las 5 horas (de 10 a.m. a 15 p.m.) o algo más.
Sin llaves y a lo loco
A mitad de la semana, llegó desde Reino Unido Paul, el marido de Elise. Él se convirtió rápidamente en el segundo jefe, pero también muy simpático y se preocupaba por explicar correctamente los trabajos y que no nos faltara nada.
Pero a la semana siguiente, el desastre ocurrió. Las llaves del coche desaparecieron como por arte de magia. Elise y Paul comenzaron a buscarlas por todos lados, mas las dichosas llaves no aparecían, así que ella tuvo que cancelar una reunión que tenía. Conforme pasaba el tiempo, la desesperación e irritación fueron en aumento, pero al final apareció la resignación. No, las llaves no. Así pues, Paul se unió a trabajar y dar instrucciones como de costumbre, y Elise estuvo llamando a unos y a otros para informar de la situación.
Después de la comida, siguieron buscando las llaves, sin resultado alguno. Paul comenzó a llamar para averiguar si podía conseguir unas llaves nuevas del coche de alguna forma, pero era prácticamente imposible, y, si lo era, la solución tardaría demasiado tiempo; Había que encontrar las llaves.
Al día siguiente, practicamos laughter-yoga (yoga para reírse), lo cuál ayudó a relajar un poco el ambiente tenso que se sentía en el aire. Pero Pail no se unió a la sesión, sino que comenzó a buscar las llaves inmediatamente, pues estaba decidido a encontrarlas.
Los demás, después del desayuno, comenzamos a trabajar como de costumbre, y él siguió con su tarea de cazatesoros.
Al par de horas, escuchamos un grito. Más bien, varios. Era Paul, y sus gritos eran de júbilo, pues había completado la misión: ¡Tenía las llaves en sus manos al fin! Éstas reposaban bajo una silla, en un doble fondo.
Decidieron ir a la playa en cuanto termináramos de trabajar, llevando la comida en tupperwares para llegar lo antes posible y aprovechar las pocas horas de Sol de la tarde (ya que era invierno). Nos preguntaron si queríamos ir también, y Miriana y yo nos apuntamos al plan sin pensarlo demasiado. ¡Sería la primera vez que iría a la playa en Gran Canaria!
El coche, a todo esto, era un pequeño Audi A3 del año 2000. Y, contando con los niños y Vera, éramos 7 en total… Pero, al parecer, no importaba demasiado, pues nos animaron a ir con ellos e, increíblemente, ¡nos las apañamos para caber todos en el coche!
La playa era pequeña y había unas olas enormes, pero no hacía mucho viento y el Sol brillaba en el cielo. El agua no estaba muy caliente, pero tampoco súper fría, así que me aventuré a bañarme y enfrentarme a las olas. El resto de la tarde estuve entretenido con la cámara haciendo fotos hasta que nos fuimos, justo cuando se puso el Sol en el horizonte. Si no hubiera habido calima ese día, podríamos haber visto Tenerife desde allí, pero la suerte no quiso darnos ese placer.
Fotos tomadas ese día en la playa de Sardina del Norte, Gran Canaria
El Camino del Tamadaba y el Puerto de Las Nieves
El Sábado llegó, y yo había quedado con Gaetan para hacer una ruta, pero ni si quiera sabía dónde exactamente. Me levanté temprano, cocí un par de huevos y me fui en guagua hasta Gáldar. Tenía que esperar allí una hora y media hasta el siguiente bus, en el que me encontraría con mi conocido (pues sólo lo había visto un par de veces) a mitad de camino. Para aprovechar el tiempo, decidí caminar hasta la playa más cercana, que estaba a media hora andando. Hacía mucho viento cuando llegué y apenas tuve tiempo de contemplar el paisaje y hacer alguna que otra foto cuando llegó la hora de volver. Incluso tuve que correr un poco para llegar a tiempo a la estación de guaguas. Efectivamente, Gaetan se subió a la guagua en una de las paradas, y continuamos en dirección al valle de Agaete. Bajamos en la parada de El Lomo, y saqué la cámara casi al instante, pues las vistas desde allí ya eran muy bonitas. Cruzamos el pueblecito y vimos el cartel que nos indicaba que comenzaba la ruta: El camino de Tamadaba.
Subimos por la montaña tranquilamente, admirando las vistas y parando a comer algo en cierto punto. Vislumbramos unas cuevas en una montaña cercana, y nos preguntamos si se podría acceder a ellas, pero decidimos seguir e intentarlo en el camino de vuelta. Al fin llegamos a un mirador con unas vistas alucinantes; Incluso se podía ver el mar en el horizonte, pero muy leve, pues seguía habiendo algo de calima. Allí paramos a comer mientras contemplábamos el panorama, y fuimos viendo cómo las nubes se iban apoderando de las cimas más altas de las montañas. El viento soplaba con fuerza, frío, y por eso decidimos no seguir ascendiendo.
Al llegar nuevamente a la altura donde vimos las cuevas, buscamos un camino para llegar hasta ellas; No era evidente, pero lo encontramos. Estuvimos explorando todas aquellas a las que podíamos acceder, y preguntándonos cómo se podría entrar a las que no, pues estaban muy altas y no había camino alguno para llegar a ellas. Gaetan me dijo que algún día se quedaría en una de esas cuevas a dormir para poder amanecer con esas vistas espectaculares, y, aunque pudiera parecer una locura, yo también pensaba que sería algo alucinante.
Continuamos el descenso hasta llegar nuevamente al pueblo, donde esperamos para coger la guagua que nos llevaría hasta Agaete. Una vez allí, fuimos a la playa, al Puerto de las Nieves. Él se tumbó un rato mientras yo me fui a sacar algunas fotos de larga exposición, pues las rocas en el mar y el fondo de montañas eran muy fotogénicos.
Después fuimos al otro lado de la playa (pues está está dividida en dos por un dique), ¡y casualmente nos encontramos con Miriana! Estuvimos charlando un rato mientras tomábamos el Sol, y después me volví en la guagua a la finca, dando por terminado este día tan completo.