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Aventuras en Gran Canaria: El Comienzo

Todo comenzó gracias a un amigo

Es curioso que, para empezar una aventura, a veces necesitamos una excusa, un empujón o un amigo. En este caso, esos tres elementos se unieron como si sólo fuera uno, haciendo que me decidiera a viajar a las Islas Canarias.

Es gracias a Jesús, amigo que conocí al comenzar la carrera de biología que, extrañamente, no compartí con él, que ahora estoy escribiendo esta historia desde Gran Canaria. Un día, me dijo que quería hacer un viaje a finales del mes de Febrero, pues su contrato finalizaba y tendría una semana de vacaciones en esas fechas. Yo, por supuesto, siempre (que no tenga ya otro plan fijo) estoy dispuesto a viajar, y le pregunté que dónde quería ir, que cuál era su plan.
No tenía un lugar definido, sólo “3 o 4 días” en la última semana del mes.

Durante un tiempo me estuvo comentando acerca de vuelos baratos que encontraba a unos sitios y otros, pero yo los rechazaba todos. Alguna vez mencionó las Islas Canarias, y esa idea me gustó, pues ya la había considerado en algún otro momento. Sin embargo, yo seguía rechazando sus propuestas de vuelos… pues a mí no me convencía la idea de coger un avión para pasar sólo 3 o 4 días en unas islas tan lejanas que tantas ganas tenía de conocer. Yo quería más, mucho más. Pero, obviamente, no podía permitirme un alojamiento pagado por tanto tiempo.

Así pues, comencé a buscar anfitriones en Workaway, con la idea de pasar todo el mes de Febrero allí y encontrarme con mi amigo la última semana. Éste comenzaba a desesperarse día tras día al ver que yo no le confirmaba ninguna opción de viaje, pero, tras unos cuantos contactos, conseguí encontrar a alguien que me alojaría por un buen periodo de tiempo.
Poco después, le dije a Jesús que ya tenía mi vuelo de ida comprado a Gran Canaria, para que él pudiera comprar sus vuelos también.

Algo más de una semana después, el día 4 de febrero, yo llegaría a la isla en la que me encuentro ahora.

Durmiendo con ratones

Cuando descendí del avión, pude contemplar el Sol (que para mi sorpresa no era cegador) durante unos instantes antes de que se ocultara entre las montañas. Me dirigí hacia la capital, donde me recogería mi anfitriona. Se demoró bastante, y yo me entretuve jugando con el yoyo en una plaza en frente de la iglesia, donde dos niños se acercaron tímidamente y conversaron un poco conmigo. Tras un buen rato, me encontré en un bar con Elise, la mujer que me acogería en su finca, y Gaetan, un ex-workawayer suyo. Nos fuimos conociendo un poco mientras cenábamos. Ella era una mujer brasileña muy alegre y bromista, y él, un joven francés aventurero, ambos muy simpáticos.

Al terminar la cena, Elise nos llevó en el coche hasta la finca, a unos treinta minutos de allí. Debido a una pequeña confusión, la habitación destinada a los voluntarios ya estaba completa, así que no pude dormir ahí. En cambio, había un pequeño cuarto, más bien una despensa, con un montón de cosas dentro, en la que había un pequeño colchón en el suelo. Gaetan comentó que también habitaban ratones allí, y en ese momento no estaba muy seguro de si lo decía en broma o no. Él tuvo que dormir en la cama de los (dos) niños, Jean Paul y Pedro, que estarían ya en el séptimo sueño, y yo me contenté con tener un micro cuarto privado con roedores incluidos.

Dormí bastante bien, y al despertar, efectivamente, escuché aquellas pequeñas criaturas moviéndose cerca de mí, mas no llegué a verlas aquel día. No obstante, unos días después apareció súbitamente un ratoncillo muerto en el suelo de la cocina.

Una ruta extrañamente solitaria

Ese día, primer sábado de Febrero, conocí a los niños, al resto de workawayers, y a una chica alemana que estaba allí de intercambio (estudiando en la escuela), Vera. Bueno, más que conocerlos, los vi, porque se fueron casi todos por la mañana a la playa. Sin más plazas en el coche, tuve que quedarme en tierra junto con otra chica, Miriana. Me preguntó si tenía algún plan, pero yo acababa de llegar, así que no tenía nada pensado. Me dijo que ella iba a irse de ruta, pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que aquello no era una invitación, pues, cuando le propuse unirme al plan, declaró que prefería ir sola.

Sin embargo, acabamos saliendo de la finca a la misma hora para coger la misma guagua (bus), que es como se les llama aquí a los autobuses. No quería seguirla, pero sí me apetecía hacer una ruta, así que acabé bajándome en la misma parada. Ella se fue a tomar un café en un bar antes de comenzar, y yo empecé a andar directamente hacia el inicio de la ruta de los Tilos de Moya. Al rato, era ella la que iba delante mía, ya que yo me había detenido a grabar para hacer un Vlog.

La ruta fue corta pero muy bonita, con unas vistas impresionantes del barranco de Moya. Pero resultó bastante extraño, casi incómodo, recorrer el mismo sendero que mi compañera sin ir juntos. Nos cruzamos un par de veces por el camino, y terminamos encontrándonos en la parada de guaguas en el pueblo de Moya, y volvimos juntos a la finca. Eso sí, fue gracioso cuando los demás nos preguntaron qué habíamos hecho ese día, pues teníamos que explicar que habíamos hecho la misma ruta, ¡pero sin ir juntos realmente…!

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